Anoche, casualmente, leía que los abuelos nos enseñan todo menos a despedirnos de ellos.
Hemos tenido que soltar la mano de muchos y muchas en estos días, demasiadas llamadas a amigos y mensajes de consuelo en estos últimos meses.
Hemos aprendido a abrazar de otras formas y a cuidar desde la distancia. Pero nunca a decir adiós.
Hay cariños que no se entienden. Sentimientos que no tienen nombre. Pero si algo tengo claro es que mi querer tiene sus raíces en la admiración.
Rescató hasta el final los versos de su memoria enemiga, con su voz rasgada y las eses que ya pocos conservamos.
Artesana de hilos y de palabras, tejió incontables estrofas caladas de arrojo y dulzura. Amó su tierra y se lleva un trocito de ella y de todos los que la conocimos en la talega.
Alcira, se me queda un agujero en el alma imposible de zurcir. Una loa incompleta, un verso en blanco para siempre. No hay medallas suficientes, ni palabras, ni traperas para abrigar este frío.
Gracias. Usted, como mujer, como abuela de los herreños, nos enseñó que la vida es un telar y que nosotros deberíamos ser más artesanos.
Foto: Rafa Avero.
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